Mi Historia

Este es uno de esos proyectos que tengo guardado en la gaveta desde hace tiempo. Un viaje que no despegó porque quería que fuera perfecto… y les además, la forma en que entiendo que a veces la palabra “perfecto” impide que cosas maravillosas sucedan.

Este viaje fotográfico comenzó con la afición y la fiebre de una cámara digital que me trajeron los reyes magos. Estaba pequeño. Era entusiasta pero no sabía lo que me gustaba. Sin embargo, experimentaba con autorretratos y naturaleza. Era divertido salir a tomar fotografías aunque la practicaba sin consistencia.

Nunca me sentí fotógrafo. Sentía que era un mundo de tecnicismos y de aquella sensibilidad que mi ojo no tenía. 

Pasó el tiempo y dejaron de ser las cámaras digitales para convertirse en los teléfonos. Entrábamos en la era de aprender a contar nuestras historias y yo tenía un pequeño blog en Instagram donde de manera muy ingenua, compartía fotografías de mis viajes por Venezuela.

Fue en un viaje que hice en el año 2018 a través de 14 estados de Venezuela, que tomé la fotografía que lo iba a cambiar todo.

Venía con la imagen en mi cabeza desde antes de comenzar el viaje: un retrato indígena con marcadas líneas de expresión y el pasar de los años… cuando llegamos a las orillas del río Orinoco en Delta Amacuro, nos bajamos a conocer una comunidad de indígenas Warao que vivían en palafitos y demás.

Fue en medio de un diluvio repentino, que me encontré atrapado en un palafito junto a una señora muy anciana, con aquellas líneas de expresión que había imaginado. La retraté con mi cámara de teléfono.

Cuando volví al autobús estaba emocionado por pescar la fotografía que buscaba. Escribí un post muy sentido en mi Instagram y una seguidora me sugirió publicarla en un concurso de fotografía.

A este concurso se postularon muchos fotógrafos “de verdad verdad”, aquellos que yo sentía que “sí eran” y yo no. Con sus cámaras profesionales y trabajos insólitos. No me sentía para nada seguro de mi postulación.

Pues… gané. No lo podía creer. No solo por creer por primera vez que podía tener talento y madera para la fotografía, sino porque el premio de este concurso representaría mi primera cámara profesional.

Gracias a esa cámara profesional que compré con el dinero del premio del concurso, me aventuré a indagar en la fotografía como un medio para contar mis historias de viaje, creé una ventana a través de la cual impulso destinos de todas partes y me he permitido alcanzar oportunidades que jamás creí para mi.

Hoy desde esa ventana, mucha gente ha posido viajar conmigo a rincones que jamás imaginé en Venezuela y el mundo. Juntos, hicimos cumbre en el monte Roraima, coronamos también el Pico Bolívar en una travesía épica, descendimos el kilómetro de pared vertical del Kerepakupai Wená (Salto Ángel) en rapel frente al cañón del diablo; hicimos safari en Zambia, África, comimos coreano en Surcorea y hasta nos paseamos por los antiguos templos egipcios a orillas del río Nilo en Egipto. Hemos hecho charlas TED y conferencias en grandes empresas y universidades.

Esta es otra parada de ese viaje y estoy feliz de materializarla junto a ti que me lees y me acompañas. Todo comenzó con una fotografía de teléfono, lo demás es una historia que espero seguir contándoles en este camino.

Isaias Landaeta